sábado, 22 de julio de 2017

Los rebeldes de Nicholas Ray


Su película más popular se llama Rebelde sin causa y el título expresa la personalidad de quien hablamos. En otro de sus clásicos, la imborrable Johnny Guitar, Sterling Hayden dice: "Yo soy el forastero aquí". 
Rebelde y forastero, Nicholas Ray fue un director de cine y un hombre confrontado a un sistema de estudios y de valores. 
Martin Scorsese lo califica de "contrabandista", o un director con ideas propias que conseguía deslizarlas bajo la apariencia de géneros tradicionales como el melodrama, el noir o el western.


Su trayectoria como cineasta en los años cincuenta estadounidenses, - una época que se creía pacífica y esplendorosa, aunque larvada por la represión y las trifulcas anticomunistas, - fue tan traumática como fructifera. Nicholas Ray ofreció hermosos testimonios fílmicos de la neurosis de una sociedad, de los que acataban sus reglas y de los que osaban romperlas.
El inevitable ostracismo de un Hollywood no adicto a estas subversivas sofisticaciones sucedía cuando las películas de Ray conocieron una reevaluación tan exagerada como sólo puede deberse a los cinéfilo-cineastas de la Nouvelle Vague. Godard escribió: "Nicholas Ray es el cine".
Su expresionista uso de dos técnicas tan artificiales como el Technicolor y el Cinemascope para producir efectos dramáticos ha sido lo más alabado entre sus estetas admiradores, pero es la sensibilidad de Ray y el carisma de todos sus rebeldes lo que lo convierte en un nombre importante y un supremo contador de historias.
Desde sus primeros largometrajes, irrumpen esos personajes oprimidos, al margen de la ley y casi siempre condenados a un trágico final. No en vano, dos personajes históricos abordados por Ray son dos célebres rebeldes: el bandolero Jesse James y el profeta Jesucristo.


La influencia de Ray en directores posteriores se siente en la inesperada luz que otorgó a personajes entregados a la delincuencia. 
Son ángeles caídos, trágicos románticos, que aparecen desde su opera prima, Los amantes de la noche
Como unos cándidos Bonnie & Clyde, las ganas de su pareja protagonista por tocarse y sentirse se imponen sobre cualquier otro acontecimiento, incluso sobre su  fuga de las autoridades. 
Debe ser la película de tórtolos criminales a la fuga más intencionadamente soft jamás realizada. Subyace un tema recurrente en Ray: la presión social marca a los caracteres y los obliga a una existencia que no desean y de la que no pueden escapar, aunque su natural bondad siga dolorosamente viva entre la desesperación.


Llamad a cualquier puerta es sorprendente, porque, sin ser una de sus obras más reconocidas y vivir bajo su condición de bienintencionado alegato, se desvela cien por cien Ray y, de hecho, su revisión ha sugerido este artículo. 
Ahí está el bello rebelde, juzgado por su enésimo crimen, tras ser presa de la pobreza, las malas compañías y la pésima suerte.
Es de Nicholas el hallazgo de que, pese a la culpabilidad del personaje y su reticencia a conducirse por el camino recto, éste debe ser abordado con toda generosidad y conseguir que no sintamos pena por él, sino que seamos él.


Sus rebeldes podían degenerar hasta el paroxismo y los violentos patriarcas de En un lugar solitario y Más poderoso que la vida ilustran las últimas consecuencias de acatar las reglas y romperlas al instante siguiente. 
Entran, como un vendaval, la callada amargura de la posguerra, las trampas del matrimonio y la familia y la presión por convertirse en súperhombres inasequibles al desaliento, con un frasco de pastillas o un revólver en el cajón del escritorio.


Si estas dos películas serían reencontradas tiempo después, Rebelde sin causa fue un éxito desde el primer día, debido, sobre todo, a la aciaga muerte de James Dean, cuya imagen en cazadora roja se hizo icónica. 
Rebelde sin causa es un título que mueve a la audiencia, especialmente cuando se ve por primera y adolescente ocasión. 
Habla de tres jóvenes, también amantes de la noche, y de aquello que no le cuentan a sus padres: las carreras de coches, las peleas a navaja, los sentimientos inconfesables.


Como todos los seres de Ray, son culpables de sus crímenes e indiscreciones; la primera secuencia transcurre en una comisaría donde padres y policías tratan de abordar sus "problemas". 
Aparte de su conmovedor retrato de la atribulada adolescencia, Rebelde sin causa es una lección de estilo, desde sus espectaculares, atormentados encuadres hasta sus titilantes momentos de intimidad, que gestan lo más parecido a una verdadera épica de los años cincuenta.
Si James Dean era el titular, una parte del público sintió que el verdadero corazón y auténtico rebelde era Plato, interpretado por Sal Mineo. 
Sutilmente se cuenta un personaje homosexual, con los nervios a flor de piel, una pistola en la mesa de noche, una foto de Alan Ladd en la taquilla y todos los boletos para morir en la última bobina.


Muchos de los rebeldes de Ray fueron incorporados por actores homosexuales - Farley Granger, Sal Mineo, quizá también Dean y Jeffrey Hunter - y parece confirmada la propia bisexualidad del director. En esos márgenes de la pax romana de los años cincuenta, también estaban los definitivos misfits, los desterrados por su sexualidad a ese entrelíneas que Ray era experto en recorrer.
Su obra maestra, Johnny Guitar, está plagada de referencias bisexuales y sus protagonistas son rebeldes vestidos de colores enfrentados a una horda de justicieros de luto. 
Todos son personajes Ray, pero Turkey, aunque secundario, es el decisivo: el chico bonito seducido por la delincuencia que acabará mal, pero precisamente por un crimen que no cometió. 
Es la pieza clave en la secuencia más comentada de la película, donde es interrogado y coaccionado a la manera que el senador McCarthy interrogaba y coaccionaba al país entero durante la "caza de brujas".


Identificado como un rebelde más, las adicciones y la fuerte personalidad de Nicholas Ray fueron su perdición, con la piedra de toque en el ruinoso rodaje de la colosalista 55 días en Pekín
Desterrado de Tinseltown, sobrevivió con un parche en el ojo y un estatus inesperado como profesor-tótem para jóvenes directores que se sentían cercanos a la eminencia de su sinceridad. 


Para cualquier público con una onza de sensibilidad, la hermosura y emotividad de sus mejores películas se presta inmarchitable.